Hay quien dice que era imposible prever un temporal tan brutal, tan atroz; que excedió de largo los avisos de los meteorólogos; que jamás se había visto nada igual en el Sur y Centro del país. Y que la prueba está en un Madrid arropado por una hermosa sábana blanca de más de 40 centímetros de espesor, por la que resultaba casi imposible andar y menos circular ni por su calle principal de ocho carriles, la M-30.
Hay quien afirma que nadie, ni siquiera los políticos, nuestros queridos gobernantes, con sus ingentes medios y sus elaboradas estrategias, pudieron hacer nada para evitar sus consecuencias. Permítanme que discrepe.
Da la casualidad de que los técnicos de la AEMET, la Agencia Estatal de Meteorología, acertaron -como nunca antes lo habían hecho-, en la fecha y hora exactos tanto de llegada como de retirada de la inmensa borrasca. Todo el país conocía de antemano que se acercaba el tan temido “nivel rojo” de la tempestad, a excepción de algunos políticos, como la inefable presidenta de la CAM, Díaz Ayuso, quien se atrevió a afirmar que nadie (“ni Fomento ni Aemet”) les había informado de las proporciones que iba a adquirir el vendaval.
No seré yo quien niegue la envergadura de esta gran nevada; tampoco voy a obviar que muchos de nuestros conductores no están preparados para conducir por pistas heladas, porque entre otras cosas los camiones no calzan –como en otros países- neumáticos de invierno; para qué, si las nevadas suelen ser débiles y esas “gomas” demasiado caras.
Pero han sido tres largos días, más de 72 horas de infinita y vejatoria espera, en la que miles de conductores estuvieron atrapados en sus vehículos.
Datos oficiales del Ministerio de Transportes cifran en 13.000 los camiones “embolsados” (a quién demonios se le ocurriría esta expresión), en parkings disuasorios, áreas de servicio, puentes, vías de servicio y arcenes. Y lo más triste es que miles de ellos fueron parados a destiempo, el viernes 8 de enero a mediodía, aun antes de que cayera un solo copo de nieve. Como sucedió en Cataluña, donde el Servei Catalá de Trànsit no se despeinó reteniendo a miles de vehículos. Cabreados (no había nieve ni motivo para ello) muchos de los conductores que decidieron salir del atolladero fueron multados con 500 euros. Aquí hubo “embolsamiento” y a la vez “bolsa”, reembolso o como quieran ustedes llamarlo, para las arcas de la Generalitat.
En el reportaje que publicamos en este número 419 de la Revista Transporte Profesional de febrero de 2021, hay suficientes testimonios como para calibrar en su justa medida hasta qué punto las condiciones de vida de muchos de nuestros conductores fueron inhumanas. Los que no tuvieron la suerte de ser “embolsados” en un área de servicio, padecieron (salvo contadas excepciones) el abandono más absoluto, sin poder acceder a los servicios de manutención e higiene más básicos: “Nadie pasó por allí, ni siquiera para saber si estábamos vivos en la cabina”, declaran. Solo la solidaridad y el compañerismo de esta gran familia del transporte, nuestros chóferes, paliaron en parte tan duras condiciones. Algunos tardaron todavía varios días en poder entregar la mercancía.
El Ministerio de Transportes se ha jactado de contar con 1.300 máquinas quitanieves y más de 220.000 toneladas de fundentes. ¿Para qué, si no fueron empleados tan cuantiosos medios? ¿Por qué no se desplazaron máquinas y sal a donde hacía falta? Y, ¿de qué sirve tener expeditas las vías principales si es imposible acceder a los polígonos industriales, a los centros de carga y descarga de todo tipo, a los mercas…? No sé cómo lo hicieron, pero, una vez más, el transporte, a pesar de todo, ha conseguido que no hubiera desabastecimiento (y eso que algunos vehículos fueron asaltados en los parkings), demostrando, también una vez más, su capacidad de garantizar el suministro a la sociedad, su estigma de sector esencial.
Otra cosa son los daños económicos. ¿Existirá una “zona catastrófica” a la que puedan acogerse los transportistas afectados? Déjenlo, no me respondan.
Aparte de “Filomena” esta edición trae otros asuntos de interés, como el Brexit, cuyas primeras andaduras nos están reportando no pocos quebraderos de cabeza con el incremento de controles y papeleo; o la distribución de las vacunas.
Por cierto, no estaría de más que se vacunara a nuestros transportistas, sobre todo de “internacional” para evitar problemas, como está sucediendo en Alemania.
Cuando haya vacunas, claro.
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