Los problemas económicos que sufrimos derivados de la falta de financiación y del incremento de la morosidad no son nuestra única preocupación. Tampoco lo son, de forma exclusiva, problemas históricos del sector como el exceso de oferta y la competencia desleal.
Todos suman y forman parte del inmenso conjunto de razones por las que cada vez es mayor la presión que sufren los transportistas por parte de sus clientes para que bajen -aún más- los precios. Y es probable que lo peor esté por llegar, porque seguro que el incremento del IVA a partir de julio, la reducción de los salarios públicos, el recorte de la inversión prevista en obra pública y, sobre todo, el alarmante número de desempleados de larga duración, producirán una nueva ralentización del consumo que supondrá un nuevo contratiempo contra un sector que ya se encuentra contra las cuerdas.