
"Alguna vez hay que sentir lo que se dice y decir lo que se siente". Esta máxima, con la que Quevedo expresó su disidencia en la famosa carta al Conde Duque de Olivares, inspira muchas veces mis intervenciones parlamentarias. Escribo cuando minutos antes ha concluido la sesión de la Comisión de Transportes del Parlamento Europeo. La Presidencia belga ha dado cuenta del acuerdo alcanzado en el Consejo de Transportes de la Unión Europea el día 6 de octubre de 2010.
En mi opinión, la Euroviñeta no deja de ser el reconocimiento de un fracaso, una cierta confesión de parte de nuestras incapacidades como Unión Europea. Cuando el sueño de la comodalidad choca frontalmente con la falta de coraje político de las instituciones europeas para liberalizar los puertos poniendo de riesgo el éxito de las autopistas del mar; cuando hasta 17 Estados miembros han sido llevados a los Tribunales europeos (entre ellos, España) por no transponer, o hacerlo de forma inadecuada, los paquetes ferroviarios y la liberalización del ferrocarril; cuando todo esto pasa, no se nos ocurre otra cosa que penalizar a la carretera que, hoy por hoy, es el único modo de transporte con el que se mantiene el Mercado Único Europeo.
“La carretera es, hoy por hoy, el único modo de transporte con el que se mantiene el Mercado Único Europeo”
Como en la famosa novela de Gabriel García Márquez, "Crónica de una muerte anunciada", la República Checa, Suecia y España, han ido pasándose la “patata caliente” de forma sucesiva hasta la llegada de la Presidencia belga, que ha alcanzado un acuerdo de mínimos. Es cierto que el acuerdo contiene alguna mejora, pero no lo suficiente como para cambiar nuestro criterio negativo. Aplaudo que, cuando menos, se aplique sólo a la Red Transeuropea y las autopistas.
Resulta positivo que el Consejo respalde, aunque con algún cambio, la posición del Parlamento de premiar a los vehículos que cumplan con normas ambientales más estrictas que las que están en vigor.
La definición de horas punta ha quedado mejor de lo esperado, pues se limita a cinco horas al día. Pero aún así, no nos gusta. En cuanto al periodo de transposición que se fija en tres años, cuando menos, aleja la realidad.
En este punto, he tenido la tentación de decir algo que he callado para no hablar mal del Gobierno de España en un foro europeo, pero que no me importa escribir ahora. Y es que el ministro de Fomento, José Blanco, ha sido un frívolo al decir en una entrevista periodística: "No tengo ningún interés en transponer esa Directiva". Seguramente quiso decir que cuando se tenga que transponer la Directiva, él no estará al frente del Ministerio de Fomento y en eso, seguramente, no mentiría.
En conclusión, he dicho que España, como país periférico, rechaza la Euroviñeta porque sin duda perjudica nuestros intereses legítimos, incrementará el precio de nuestros productos de exportación y nos restará competitividad. El camino que queda es largo aún pero persistiremos en la disidencia frente a un instrumento ineficaz e injusto.
Luis de Grandes Pascual.