Probablemente, todo esto podría resumirse en un único concepto: cumplimiento de la Ley, es decir, de las reglas de juego acordadas por el consenso de la población. Por obvio, debería ser innecesario repetir que hay que cumplir con lo que dicen las leyes y que si esto se hace de manera permanente, todo funcionará mejor.
¿Pero qué ocurre cuando la forma de actuar de los encargados de aplicar estas normas establecidas es tan desafortunada que parece olvidar que el Derecho es mucho más que un simple puñado de reglas y debe tender siempre a la consecución de una solución justa? Pues que esta manera de actuar deriva irremediablemente en una grave crisis de credibilidad institucional.