Nuestro interés no sólo se ha centrado en conocer la respuesta a los dos interrogantes básicos planteados, a saber, cómo ha “quedado” el sector después del duro 2013 y qué previsiones y, sobre todo, retos, tenemos en el presente ejercicio. El verdadero objetivo era saber cómo está el ánimo, cuál es el grado de confianza de nuestros protagonistas, si la esperanza que muchos parecen mostrar se asienta sobre bases o indicios racionales, o si, por el contrario, se deja que el corazón y el deseo primen sobre la mente.
Los indicadores y previsiones macroeconómicas no ya solo del Gobierno si no de de múltiples organismos nacionales e internacionales, parecen confirmar un cambio de tendencia. Decenas de datos como los índices de producción industrial o del comercio al por menor, las matriculaciones de turismos, el consumo de cemento, las ventas de grandes compañías, el consumo de energía, el ligero incremento de las importaciones…, parecen consolidar unas previsiones al alza, en cuanto al crecimiento en 2014. Pero los riesgos no han disminuido.
La Macroeconomía es una cosa, con su prima de riesgo a la baja, los datos de la Bolsa, etc., y la microeconomía, es decir, la economía real, es otra, con “hándicaps” como el crédito, que no llega ni a las familias ni a las empresas, a las pymes, que son las que soportan todo el “tinglado” de nuestra economía. Las corruptelas y la desconfianza de los ciudadanos en la clase política y financiera de nuestro país, incapaces de explicarnos la situación real y proponer soluciones, pueden lastrar la recuperación económica y, en consecuencia, la creación de empleo. Los resultados de la EPA son positivos, sí, pero también nos dicen que la población activa sigue disminuyendo a un ritmo infernal.
La reactivación del consumo es el apartado que más preocupa a nuestros protagonistas, quienes se manifiestan prudentes y conservadores en sus previsiones, conscientes de las dificultades que supone la estabilización del mercado, para lograr un cierto equilibrio entre la oferta y la demanda, lo que conllevaría a una normalización, siquiera incipiente, de los precios. En realidad, nadie cree que el consumo repunte con cierta celeridad y muchos dudan también de la recuperación del empleo, al menos a ritmos superiores a los alcanzados en 2013.
En un segundo plano, pero muy ligado a los citados, se encuentra el tan ansiado “maná” de la financiación, al que se le otorga un papel fundamental, clave para la supervivencia de las empresas y de la vuelta a la rentabilidad, prácticamente desaparecida. La falta de financiación está provocando, además, que los vehículos se estén quedando obsoletos y que sea absolutamente imposible reestructurar y modernizar las empresas, porque no hay inversión, hecho que pone en riesgo incluso la calidad del servicio, un bien “intangible” pero vital, que siempre ha presidido el lema y la filosofía de nuestras empresas.
Evidentemente, las respuestas a nuestros interrogantes en el citado “sondeo” no han obviado ni uno solo de los temas candentes, de los retos que aún tenemos en candelero, como es el caso de la fiscalidad y el interrogante de los “módulos”, que sin duda se despejará a lo largo del año, con la reforma fiscal que pretende acometer el Gobierno. De momento, ya tenemos una carga fiscal más: la obligación de tributar por los pagos en especie, como los pluses de transporte, dietas…, además de un incremento del 5% en las bases máximas de cotización, incluido en la Ley de Presupuestos Generales.
Los convenios colectivos pendientes, el problema de los retornos, los bajos precios del transporte, la probable modificación de los pesos y dimensiones máximos y la reforma del Reglamento de la LOTT son, entre otros parámetros, temas de preocupación e incertidumbre en este año, en el que la “macroeconomía” debería acercarse, tender la mano a la “microeconomía”, para que los atisbos de optimismo que también hemos encontrado en nuestros protagonistas, tengan visos ciertos de realidad.