Dificil, muy difícil se me hace escribir este editorial. Seguramente sea el más complicado de todos los que he publicado y no sé si algún día me veré de nuevo en esta posición. Cuando uno se ha pasado días y semanas viendo por televisión toda la destrucción que ha traído consigo la DANA, lo que ha dejado tras su paso -con más de 220 fallecidos-, con miles de afectados que han perdido a sus seres más queridos y no tienen nada, expresar un sentimiento sin que se nos escape una lágrima es una tarea muy, pero que muy complicada.
Lo peor de todo es ver la desesperación de la gente que esperaba una ayuda que en los primeros días después de las lluvias y las inundaciones llegaba a cuentagotas, o directamente no lo hacía, y si no es por los vecinos de las localidades afectadas y los desplazados desde todos los puntos de España -por cierto, los políticos ni estaban ni se les esperaba, por lo menos en las primeras 96 horas, como pudimos comprobar-, no sé qué hubiera sido de todos aquellos que se encontraban sin agua, luz, internet y nada que llevarse a la boca.
Porque la solidaridad desinteresada que hemos podido comprobar ha sido gigantesca; es lo bueno que tiene nuestro país cuando hay que socorrer a quien lo necesita. En eso no nos supera nadie
Bomberos llegados de distintas provincias, ONGs como el Banco de Alimentos, UME... no faltaron y echaron una mano en todo lo que pudieron, y sin apenas medios. Hasta el sector del transporte dio la cara una vez más. Ya lo demostró durante la pandemia del Covid-19 y con la nevada Filomena, que estuvieron en todo momento al pie del cañón y nunca dejaron de prestar servicio.
Y eso a sabiendas de que los efectos de la DANA para el transporte de mercancías por carretera también han sido demoledores, sobre todo para las empresas radicadas en Valencia, pero igualmente para aquellas que se encontraban en itinerancia con origen o destino a la capital de Turia. Las pérdidas han sido cuantiosas, e incluso multimillonarias. Seguramente con el paso de las semanas las cifras vayan en aumento, si bien va a resultar realmente complicado cuantificarlas de la manera más exacta posible. Mucho me temo que algunas empresas se verán obligadas a echar el cierre. Y qué decir de los autónomos cuyo único sustento para mantener a sus familias es su camión. Esperemos que las ayudas lleguen ya, sin condicionantes, pues de ello dependen millares de personas.
En este número de Transporte Profesional tratamos en profundidad todo lo que ha traído consigo esta tragedia, en un reportaje exclusivo -tal y como hicimos en las otras desgracias de infausto recuerdo- que va más allá de lo puramente periodístico, ya que hemos estado allí, en primera línea, entrevistando a los que más han sufrido por este horror. Un gran trabajo.
Y como decía, aun sin ser datos definitivos, nos damos cuenta de la magnitud de este desastre, y más teniendo en cuenta que, nada menos, el 12% de la flota española de transporte de mercancías por carretera pertenece a la Comunidad Valenciana, con un impacto del temporal al 50% de la misma. Con todo, hasta 10.000 camiones se han visto afectados de alguna u otra manera y unos 500 ya no volverán a rodar. Vamos a ver cómo se resuelve todo, si es que alguna vez se resuelve.
En el fondo de todo ello queda, no me canso de decirlo, la negligencia de algunos, y no personalizo -ya habrá tiempo de buscar responsabilidades-, siempre dejando claro que la naturaleza siempre manda y es imprevisible, pero si se hubieran hecho las cosas de mejor manera, las consecuencias se podrían haber atenuado.
Desgraciadamente, la política ha vuelto a hacer acto de presencia y, en estos casos, siempre que ocurre algo parecido en nuestro país lo hace mostrando su lado más oscuro. Vamos, que lo del ‘y tú más’ está a la orden del día. Y esto es muy triste, y la gente de la calle está empezando a estar muy cansada de todo ello.
La palabra ‘autocrítica’ la deberían eliminar de nuestro diccionario. La RAE tendría que hacer algo al respecto. En fin, no pierdo la esperanza de que llegue el día en el que todos rememos en la misma dirección, sobre todo cuando ocurre algo como lo que hemos vivido. Nos lo merecemos.