
“Las grandes compañías logísticas no compiten entre si, nosotros sí. No podemos permitir que los usuarios nos impongan sus precios. Si tienes un cliente fidelizado que comienza una campaña puntual o estacional, en la que el tiempo es lo que importa, y llega un grupo, una cooperativa o un colega y le ofrece un mejor precio. No hay nada que reprochar.
Donde fallamos es cuando la empresa que baja el precio -y nos ha quitado el cliente- necesita más camiones y nos contrata. Acabamos trabajando a un precio menor que el ofrecido en un principio. Posiblemente nuestro colega hubiera podido colaborar con nosotros. Todos hubiéramos salido ganando.
Si dejamos que el cliente nos use para que nosotros mismos seamos los que tiremos los precios, acabaremos trabajando por debajo de nuestros costes. No tenemos un negocio -un camión- para hacer amigos. El camión es nuestra inversión, nuestro modo de vida, nuestra forma de ganar dinero.”
Este Troner comenzó a trabajar en la empresa familiar cuando Rubén tenía solo 13 años. Ahora tiene 29 años el camión.
Con esta declaración de principios, Rubén nos deja claro cual es su visión del transporte. Rubén Villar ha llevado una vida paralela con un Pegaso, un Troner 340. El miércoles 14 de agosto de 1991 comenzó a trabajar este camión con la familia Villar. Rubén tenía entonces sólo 13 años. Esta tractora estuvo con ellos hasta el 23 de abril de 1997. Con 620.000 km a la espalda, este vehículo fue sustituido por un DAF 430 Ati.
Años más tarde Rubén volvió a coincidir con “su Troner” en una planta de asfalto de León. “Este camión fue mío. Cuando lo quites ¿me lo puedo quedar?”, preguntó Rubén. Ahora este Pegaso tiene 1,5 millones de kilómetros y está completamente reparado. “Volvió a casa como un perro, un perro que se ha perdido. Era el mismo camión, nada había cambiado. Las mismas cortinas, la misma pintura. Pero lleno de porquería, con la tapicería ennegrecida y la pintura desgastada.”
Rubén destaca que los nuevos camiones han ganado en “comodidad, economía y eficacia”.
Con aquel O 4675 BB Rubén comenzó a formarse como transportista. Realizó sus primeros viajes, sus primeras maniobras. Comenzó a “mamar” la profesión familiar. En los años 50 su abuelo y tíos abuelos bajaban carbón de las minas de Cangas a San Esteban de Pravia. Luego ampliaron horizontes: Mieres, Salas, Aranjuez, Madrid y Toledo con un Lancia y un MAN. Todo un reto para la época.
Con 650.000 kilómetros, este Troner dejó la familia Villar. Años más tarde, Rubén lo recuperó y rehabilitó.
En 1983 su padre se queda con la empresa de su tío. Un Pegaso 1063, un 3 ejes, fue el primer camión. Luego llegó otro Pegaso, en este caso un 4 ejes, y luego un Renault, un Pony. Transportaban madera del occidente de Asturias a las minas de HUNOSA. En el año 1992 comenzó el declive de HUNOSA, lo que les obligó a ampliar sus rutas y cartera de clientes. Siempre con bañeras, comenzaron a salir con hierro hacia Castilla y volver con cereal. Estos clientes los conserva Rubén en la actualidad.
Tomando las riendas de la empresa familiar de Transporte
En el año 2000 Rubén se incorpora en la empresa familiar. Antes, durante dos años, había trabajado en la paquetería con una furgoneta. En ese primer año del siglo XXI se sacó la capacitación profesional de transportista en ASETRA, a lo que siguió el carné de Mercancías Peligrosas y algún otro curso de gestión. “Esta fue mi formación profesional particular”, nos comenta.
En alguna ocasión Rubén ha pensado en ampliar la flota, pero nunca lo ha visto realmente viable.
Con un Iveco Eurotech 420 y una bañera Benalu de 12,5 m de largo comienza su andadura de empresario. Mantiene los clientes de su padre y amplía el negocio hacia el transporte de fertilizantes. En 2012 compra un piso móvil, comienza a hacer internacional -Francia y Portugal- y entra como vocal en la junta directiva de ASETRA.
Rubén tiene dos hijos de 11 y 7 años, Iván y Andrea. El consejo del padre es que estudien para lo que tengan vocación. “El transporte siempre estará en casa. Ellos sabrán manejar todo, pueden seguir en esto, si quieren” afirma.
Rubén ha tenido ya 5 camiones en propiedad, los cambia con unos 600.000 km, unos 5 años. Ahora tiene un Mercedes Benz Actros 1851. No sabe si lo va a cambiar, “ha bajado mucho el precio del camión usado”.
Rubén Villar mantiene los clientes que heredó de su padre, a los que ha unido nuevas incorporaciones. Como norma, intenta trabajar con la menor intermediación posible.
Ve un futuro incierto, “el transporte ha cambiado de forma sustancial, pero no todos los tiempos pasados fueron mejores. La normativa ha hecho que se trabaje con más cabeza, aunque parece que los únicos clientes que existen en la actualidad son las grandes compañías logísticas. El transporte está tan ajustado que no hay forma de mejorar, no puedes innovar ni prosperar.”
Rubén afirma que ya no quedan transportistas autónomos a la vieja usanza, él es uno de estos últimos “rara avis”. “No hay tradición. La mayoría de mis colegas son conductores que trabajan como transportistas autónomos. Buscan lo cómodo, que se lo den todo masticado. Comienzan al abrigo de una cooperativa o trabajando para una gran compañía. No tienen que buscar viajes, no se preocupan de las compras, no son empresarios.
La gestión y el trato con el cliente para ellos no existe. La mayoría de los transportistas autónomos de verdad están agotados, no luchan y se dejan llevar.” Este es el diagnóstico que Rubén nos hace del sector en la actualidad.
Como norma, Rubén cambia de camión cada 5 años. Aunque ahora se lo está pensando, “ha bajado mucho el precio del vehículo usado”.
Pero no son todo sinsabores en esta vida. Rubén nos cuenta una anécdota, de cuando repartía con la furgoneta. “Tenía 20 años, había cargado un motor eléctrico para una mina de oro. Pesaba 700 kg, lo pusimos atrás. O sea, llevaba mucho peso en la parte trasera. El furgón doblo y el motor se fue hacia las puertas. Como no se podía abrir la zona de carga, intenté moverlo con algunos frenazos y aceleraciones.
Nada de nada, con un último bache la cosa se complicó aun más. No podía seguir con el reparto porque el dichoso motor tenía bloqueadas las puertas. No sabía que hacer. En Aguasmestas había una paisana en la carretera, estaba ordeñando las vacas. Sacó un tractor y unas cinchas y recolocamos la cargo ¿No sé que hubiera echo sin su ayuda? Siempre que pasaba por allí le llevaba algún caramelo para su hijo. Hoy el crio tiene un camión y le llaman “el Chupachus” por los caramelos que yo le entregaba a su madre.”
Revista Transporte Profesional