Óscar Baños, vicepresidente de Conetrans
Transporte Profesional
El sector del transporte de mercancías por carretera, o los que nos dedicamos a ello, no gana para sustos. Padecemos de incertidumbres que se mezclan con periodos de optimismo, como si viviéramos en un ambiente ciclotímico, sin que lleguemos a la paz interior que todo sector empresarial necesita para sobrevivir y avanzar. En los inicios de este año, este sector comenzó con la esperanza de abrir un periodo relativamente tranquilo, y que además nos merecemos porque últimamente no ganamos para sustos: una pandemia, la guerra de Ucrania, el incremento de los precios del combustible, etc.
Es más, teníamos datos para ser moderadamente optimistas, y más después de los acuerdos de estos últimos años: en primer lugar, la acción directa ante un impago, además de la prohibición del pago a más de 60 días. De hecho, el cobro a 90, 120 e incluso 210 días conllevaba un gasto en financiación que, con los actuales tipos de interés, sería difícilmente asumible.
También se presumía como positivo para el transporte la prohibición de la carga y descarga por parte del conductor. Admito que esto ha sido de las cosas que más me ha cambiado la vida, ya que tener que descargar mi vehículo con un transpaleta después de un largo viaje, asumiendo la responsabilidad de que se pudiera caer un palé, era algo que nunca entendí desde que dejé el mundo del basculante y pasé a la tautliner.
Otro de los acuerdos que más benefició era la
"> cláusula de revisión del precio del transporte en función del precio del combustible. Se trataba de un aspecto muy positivo, pero con una utilidad relativa, pues hay
muchos viajes que son contratados de forma esporádica.
A esos acuerdos se unieron el mayor control del cabotaje y la implantación del buzón anónimo para posibles denuncias, un ‘descubrimiento’ que fue muy útil en muchos supuestos.
Entre los puntos que se han aprobado en los últimos años he decidido no incluir la Ley de la cadena de transporte porque, en mi modesta opinión, tal y como se aprobó, siempre he pensado que su utilidad sería escasa.
Y en ese optimismo con el que comencé el año, tengo que admitir que también contribuyó el precio del combustible que, aunque seguía siendo alto, se había moderado mucho y estaba relativamente estable.
Frente al optimismo que albergué a inicios del año, no voy a negar que atisbaba en el horizonte algunos nubarrones negros. Así, percibí un fuerte incremento en la adquisición de vehículos nuevos y usados, en algunos casos de un 40%; hubo un aumento de los tipos de interés y un incremento de costes, como en los de los talleres o las dietas, entre otros. También está la posible modificación de los pesos y las dimensiones, y seguimos con mucha incertidumbre debido a la guerra de Ucrania.
Tras un análisis objetivo de optimismo y nubarrones, después de mirar hacia atrás, el resumen me lleva a reconocer que hasta el pasado mes de junio las cosas fueron moderadamente bien. Sin embargo, a partir de esa fecha, utilizando términos meteorológicos, sobre el sector del transporte se avecina un periodo de marejada o de borrascas, debido, de manera clara, a un incremento constante del precio del combustible y a una bajada importante de la actividad. Todo ello nos lleva a percibir que la situación comienza a complicarse de forma importante, e incluso grave. Parece ser que, por unas u otras razones, no hay paz para el transporte.
Así están las cosas en el transporte actual
En estos momentos tenemos, y sufrimos, un incremento de 1.000 euros por vehículo al mes, y subiendo, a lo que habría que añadir una reducción en la subvención del gobierno de 10 a cinco céntimos por litro de combustible. Con estos datos, me temo que mi esperanza se va a quedar en un deseo no cumplido.
Los que nos dedicamos a este oficio del transporte de mercancías por carretera, los que estamos subidos a un camión, sabemos, desde hace tiempo, que el plan A raras veces se cumple. Es más, en la mayoría de los casos, ni el plan B. Es decir, que estamos acostumbrados a improvisar, pero tanto sobresalto va a terminar con nosotros.
Ante esta situación, hay expertos o teóricos de la economía que revelan que la solución está en repercutir el incremento de costes que sufre el transporte en todos los viajes que se contratan de forma esporádica. Sin embargo, con la actividad actual va a ser más que complicado, una utopía irrealizable.
Por eso, espero que el actual Gobierno recapacite y más que bajar a cinco céntimos por litro el descuento en la compra del combustible, vuelva a subir a los 20 céntimos de primeros de año, porque algo sí puede hacer. De no ser así, me temo que mis esperanzas y optimismo, o deseo, de principios de año se van a ir al traste definitivamente.