Leyendo unas y otras me viene a la memoria aquel chiste del vasco que después de pasar casi treinta años fuera de su tierra cuidando ovejas, regresa a su pueblo y se encuentra con Iñaki que le pregunta lo que es normal preguntar al paisano que regresa después de tanto tiempo ausente. El recién llegado, tras una breve reflexión, responde: el pueblo está básicamente igual con alguna que otra casa nueva, pero lo que ha cambiado es el carácter de la gente. Iñaki le pregunta: ¿qué ha pasado, pues? Pues mira, me he encontrado con Pachi y al ir a darle la mano me dijo: "eres un hijo de..." A lo que Iñaki añadió, bueno, ¡¡ ¿entonces no sabías, o qué?!!
Lo mismo sucede con el ferrocarril. La carretera no debe pretender arreglar aquello de lo que no entiende que bastante tiene con ocuparse de lo suyo. Otra cosa sería que como clientes (cargadores) exijan buenos servicios, buenas conexiones y buenos precios, como lo está haciendo con otros modos, por ejemplo, el marítimo: ferries y corta distancia (tráfico acompañado); y, en función de las distintas ofertas, elige. Y, por supuesto, hace bien en oponerse a la aplicación de impuestos a la carretera para promoción del ff.cc., pues esa política impositiva antes que nada afecta a la competitividad del propio transporte y al de las propias mercancías. Ya está bien de penalizar, y estropear, lo que de bueno tenemos para mantener el gasto y déficit de las empresas públicas. Al mercado se concurre con precios, no con impuestos. Si Adif y Renfe no lo saben hacer en mercancías mejor que lo dejen. Ganaríamos todos: los contribuyentes, los consumidores y las exportaciones. Cuando allá por el mes de julio se conoció el resultado del Foro de la Unidad Logística, del Ministerio de Fomento, deberían haber sacado conclusiones los dirigentes del transporte que hoy se alarman con las declaraciones del presidente de ADIF, y darse cuenta que la señora Ministra en su papel les escucha, dice estar en el problema, pero los hechos son tozudos y medida de inversión que sale, medida que va dirigida al ferrocarril; e impuesto que sea objeto de aplicación, impuesto que irá dirigido a penalizar al transporte por carretera. Lo de siempre.
Conclusión: la ingenuidad tiene un límite, salvo que se trate de vicio oculto de la cosa, que en el transporte nunca se sabe.