Que España es un país de contrastes es algo que puede aplicarse también en el plano económico. Después de una de las épocas de mayor progreso del país y tras haber derrochado un torrente de millones de euros en ayudas de los fondos de cohesión en forjar un modelo que ahora parece que hay que cambiar, no son pocos los analistas y expertos que acusan abiertamente a nuestro Gobierno de derrochador y que temen que el importe de nuestra deuda nos lleve a la bancarrota. Probablemente esto no sea cierto, ya que España es un estado solvente y nuestra deuda pública tiene un peso respecto al PIB un 20% por debajo de la media europea, e inferior al de Alemania, Francia y Gran Bretaña. Por el contrario, la deuda privada, la que corresponde pagar a las familias y a las empresas, continúa estrangulando a los ciudadanos y no se podrá hablar del fin de la crisis hasta que esta parte del problema se haya solucionado.