Me voy a centrar en un colectivo, el de los furgoneteros, muy importante dentro del transporte profesional, pero que, habitualmente, no centra mucho la atención de los medios especializados a la hora de analizar su problemática.
Siempre se les ha tachado de auténticos ‘kamikaces’, que no respetan las normas de circulación, sobre todo en el caso de la velocidad, y que hacen de las vías públicas su particular coto privado, en el que, en ocasiones, impera la ley de la selva, dada la gran competencia existente en este sector, con el incremento del comercio electrónico y la última milla como detonante. Todo esto implica un gran estrés para los conductores, que se ven obligados a conducir durante más horas de las aconsejables para cumplir con el trabajo que se les encomienda, con todo lo que ello implica desde el punto de vista de la seguridad vial.
Pero nada más lejos de la realidad. Cierto es, que en todo colectivo existen quienes no respetan las normas, pero no se puede juzgar a todo el mundo por igual; sería injusto.
Las estadísticas dicen, tal y como recoge un estudio de la Fundación Mapfre, que las posibilidades de que un conductor de una furgoneta tenga un accidente son un 60% mayores que las de un particular. Detrás de todo ello están las largas jornadas de trabajo, a veces interminables, y el hecho de que la edad medida de estos vehículos superen los 11 años de largo, de forma que no incorporan ningún sistema de seguridad de los llamados de última generación.
Estaría bien, por lo tanto, que hubiese más ayudas a la adquisición, que se introdujera el tacógrafo digital -desde la Unión Europea se está trabajando en ello- y que los conductores tuviesen que pasar una especie de CAP, tal y como ocurre en el transporte pesado.