REVISTA TRANSPORTE PROFESIONAL
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Podemos argumentar, debatir e incluso protestar enérgicamente pero no lograremos cambiar unos designios que parecen inexorables. Me temo que luchar contra el apetito fiscal de las diversas administraciones que nos gobiernan es como oponerse a la ley de la gravedad o a que el sol salga todas las mañanas por el este.
Según se empezó a decir en Bruselas y sucesivamente después en todos los núcleos de gobierno que integran el entramado institucional de la UE, la implantación de peajes es una medida “justiciera”. Qué paguen los que usan y deterioran las infraestructuras y los que contaminan. Hay que reconocer que es un mensaje imbatible para convencer a la opinión pública y también para esconder un afán recaudatorio evidente.
Obviamente, hay otras formas de ver la cuestión. No negaré que los camiones pesados deterioran las infraestructuras, pero habría que calcular en qué medida y recordar que, en todo caso, lo hacen en el ejercicio de un servicio público esencial para el abastecimiento de la población y la industria. Por cierto, ¿los millones de turismos que colapsan diariamente la red viaria tienen un impacto neutro sobre las carreteras?
Sobre el efecto contaminante de los camiones podemos aplicar el planteamiento anterior. Se trata de unos vehículos cada vez más eficientes que desplazan más del 90% de las mercancías para que la economía mantenga su pulso. Si nuestras empresas fueran más rentables nos sumariamos con entusiasmo a las incipientes nuevas tecnologías y a los combustibles alternativos.
Y es precisamente en la rentabilidad de nuestras empresas donde, desde mi punto de vista, debemos situar el foco para abordar esta y otras muchas cuestiones que afectan a nuestro sector. Veamos: los peajes son una forma sencilla que usan los gobiernos para obtener ingresos extraordinarios, pero, en circunstancias normales, eso no debería preocupar a los transportistas sino a sus clientes.
Nuestro auténtico problema no son los peajes, sino nuestra histórica y estructural servidumbre ante los cargadores
Todo el mundo lamenta, pero entiende, que cuando suben los gastos de tu proveedor suben sus facturas. Parece que esto vale para todos los sectores menos para el nuestro.
La incapacidad para repercutir el incremento de los costes, motivada esencialmente por la posición de dominio de los cargadores, hace que lo que para otros pueda ser un drama para nosotros siempre es una tragedia. Lo normal sería que nuestras facturas reflejaran fiel y automáticamente el incremento de cualquier coste: peajes, combustible, repuestos, etc.
Mucho se habla de movilidad sostenible pero poco de lo insostenible que es someter a uno de sus principales protagonistas a tributaciones adicionales. Pagamos como ciudadanos y como las demás empresas, pero además aportamos cuantiosos recursos adicionales a través, por ejemplo, del Impuesto Especial de Hidrocarburos.
Aunque pudiera parecerlo, el transporte de mercancías por carretera no puede con todo. No es un sector “viscoelástico” capaz de absorber y adaptarse a cualquier peso o impacto y recuperar su forma sin resentirse. En Bizkaia iniciamos julio con la aplicación de peajes en cuatro vías, a las que hay que añadir los implantados a principios del pasado año en otras dos.
Antes las cabinas y ahora el “Free-Flow” nos recuerdan cada día nuestra triste condición: somos el objetivo ideal para sufrir cualquier tipo de peaje, tasa, impuesto, gravamen, euroviñeta, o lo que sea menester. Pero, insisto, no podemos permitirnos el lujo de desenfocar el debate: nuestro auténtico problema no son los peajes sino nuestra histórica y estructural servidumbre ante los cargadores.